Empecé atribuyendo esto que me pasa a la última luna llena, pasaron los días, cambiaron las caras de nuestro satélite amigo y los viajes se fueron profundizando aún más.
Sueño con delfines; sueño con gitanas que me retan para encauzar mi camino, que me agarran del brazo y me empujan a decidirme, a enrutarme sin dudas, sin miedos.
Sueño con mis amigos, porque siempre queda corto el tiempo que compartimos en este plano y nuestras almas se buscan más allá.
Sueño con mi amor reencontrado y nuestro nuevo plan juntos. Disfruto hasta oníricamente el gustito dulce de la libertad y el andar liviano.
Duermo con las ventanas bien abiertas para nutrirme del viento nocturno, y también de las lluvias y tormentas musicales; para dejar entrar a las mariposas mensajeras tan presentes estos días.
Son literalmente viajes, se perciben olores, se sienten presencias, se escucha música, los dedos diferencian cada textura…
Anoche soñé con el perro que me va a acompañar en un futuro cercano. Un rubio medianito que me esperaba en la puerta de mi casa, y me daba la pata, y yo lo abrazaba tan pero tan feliz por haberlo encontrado, paseábamos, nos reconocíamos.
¿Se dan cuenta cómo nos habla el Universo todo pero todo todo el tiempo? ¿Pueden sentirlo?
Tener un compañero perro es un sueño que persigo, creo, desde que nací… «el guardián del templo» terrenal, como lo bien lo definió una de mis hermanas – mis gordos son los encargados del templo etérico -…y mis guías me mandaron esa especie de telegrama de preaviso escrito en su idioma para que me vaya preparando para su llegada.
Entonces amigos, hoy sonrío por este nuevo encuentro, por toda esa vida que se desarrolla cuando dormimos, por los encuentros álmicos que se dan más allá de nuestra voluntad despierta, por ser cada vez más conciente que nosotros no tenemos tanto control sobre la cosa como pensamos y otra vez… por mi futuro perrito.