Uno de los primeros regalos que me hacen las temperaturas cálidas, uno de los que espero con más ansias, es permitir a mis pies andar libres de coberturas.
Ayer exploté mucho ese regalo.
En el jardín de mi casa, con el mate, libros, la compañía ideal, los primeros perfumes de esta divina estación por venir.
Y mis pies retomaron su contacto con la tierra húmeda, jugaron con el pastito que hacía cosquillas entre los dedos, el verde recién despierto y con sus luces encendidas.
El domingo de ayer fue de familia y escenas de película.
De jugar con el perro de mi vecino, un labrador grandulón que pide upa (porque piensa que es chiquitito él), se acuesta panza arriba sobre mi regazo cada vez que puede… y conectamos tan pero tan bien… y cambiamos sus miradas de mermelada por ratos eternos de mimos y reiki, de amor inmenso, ese amor perruno que ellos regalan y comparten sin importar mucho quién lo recibe.
Más tarde devolvimos al cachorro y entraron a mi tierra de flores los gordos, mis pequeños amores felinos, retozaron a gusto, ellos también energizaron sus espaldas refregándose con la hierba fresca, exploraron, vivieron su aventura de una tarde, tomaron sol y cazaron mariposas.
Fue un domingo de mimos, de capullos amarillos, remolachas, hormigas atrevidas, mandarinas jugosas y mucho mucho amor…