Un hipocampo que se trasformó en avión. Un submarino que devino en mariposa. Un gato que se acerca todo agazapado. América y Africa que se unen, y después se separan para encastrarse (me encanta esta palabra) otra vez y terminar tentándonos con un gran pompón de azúcar rosado.
Hay momentos lindos, momentos más melancólicos, están los románticos, momentos memorables que se instalan en nuestros espíritus a pesar de nuestra resistencia, y una infinidad de etcéteras que cada uno clasifica como más le gusta.
Yo tengo momentos que atesoro, chiquitos pero que son gigantes, de un ratito, un parpadeo a veces.
Uno de esos viví la tarde del 24, en la plaza, a la sombra de mi cedro con un amigo que adoro. Pasamos horas – ni sé cuántas – acostados panza arriba jugando con las nubes.
Eso, nada más excepto el mate, claro.
Eso… esa pequeñez, esa inmensidad dibujada con carcajadas, abrazos, mucho pasto para nuestros pies y hormigas para nuestros bizcochos, mucho cariño y parloteo de cotorra vigilante en una rama, mucha unión de espíritu que busca, comunión de almas que disfrutan del sol terrateniente de verano, con alguna brisa rebelde que equilibra. Mucho de tanto y tan poquito transmitido casi sin palabras.
Así empezaron mis festejos amigos… una de mis mejores navidades…